Al llegar la recepcionista nos da unos shorts cafés y una playera amarilla que me hacen sentir como en campamento de verano. Luego coloca un brazalete blanco en nuestra muñeca: parece un reloj pero en realidad será nuestra forma de pago en el interior del spa.
Pasamos a los vestidores y nos uniformamos. Me siento tetísima y no entiendo por qué tengo que disfrazarme como Dora la Exploradora para pasar mi día en un spa coreano de L.A.
Subimos al área principal. De un lado hay una cafetería donde la gente come kimchi y otras maravillas coreanas servidas en charolas, mientras permanece sentada al nivel del piso. Por ahí también una biblioteca y unos sillones que te dan masaje a cambio de un dólar. En el piso del salón principal la gente reposa sobre cojines como si fueran camastros a la orilla de una alberca. La escena es rara, pero tomamos uno de los cojines y los imitamos. Ahí estamos Isa, Steph y yo rodeadas de coreano- americanos uniformados. Entonces decidimos comenzar la experiencia, Isa y yo entramos en una suerte de sauna en forma de iglú. Nos quedamos ahí hasta que el calor es demasiado. Salimos pero aún nos quedan más puertas. Detrás de una: otro sauna, pero su piso está cubierto de conchitas. Luego otro igual pero con piso de arena. ¡Quema! En la que sigue se repite la escena pero el piso está lleno de bolitas de arcilla que al acostarte le dan masaje a tu espalda. Es extraño que en el interior del sauna hay una televisión. Como si quisieras alejarte pero a la vez seguir inmerso en la realidad. La relajación convertida en simulacro.
Pero mi cuarto favorito es otro: una suerte de congelador donde la sangre de mis piernas parece volver a circular. Mi piel agradece la temperatura helada y mi piel vuelve a brillar.
Salimos y nos reunimos con Steph que sigue alimentando los sillones de masaje con billetes de un dólar como si fuera un rapero millonario: I make it rain, I make it rain.
Por fin pasamos al piso de abajo que es exclusivo para mujeres, pues los hombres tienen su propio piso. De pronto estamos en un harem de mujeres coreanas desnudas. Tetas pequeñas y firmes por todos lados. Hay mujeres mayores y hasta una niña. Dejamos nuestro uniforme de explorador en el locker, enjuagamos nuestros cuerpos y nos desnudamos para entrar en el jacuzzi. Ya mojadas intercalamos la temperatura caliente con la de un jacuzzi más pequeño que permanece helado. Mis piernas vuelven a agradecerlo y a los pocos minutos deja de ser raro estar en pelotas con un montón de extrañas, pero igualmente la escena mantiene tintes de un episodio de Sex & The City o de Post Tenebras Lux de Carlos Reygadas. Mi curiosidad instintiva se apaga y dejo de explorar la variedad de pubis y nalgas. Seguimos platicando entre chichis mientras en la parte de atrás del cuarto, varias mujeres se bañan sentadas sobre bancos de plástico, enjuagando sus cuerpos con una regaderita frente a un espejo. Quizá es un doble estándar, pero esa parte del ritual no me parece higiénico.
Isa se tiene que ir pero Steph y yo nos quedamos otro rato. Nos secamos y paseamos un rato en bata. Como el Wi Spa está abierto 24 horas fantaseamos con ser vagabundos que recolectan monedas para venir a bañarse, dormir y recuperar la dignidad por un día. Pero el asistente promedio es otro: muchos van al spa para trabajar en sus laptops.
Luego de recorrer todo el edificio y –ahora sí- vestirnos, subimos a la cafetería. La experiencia no estaría completa sin probar la comida. Vamos a la barra y nos dan nuestra charolita, nos sentamos a comer. Todo está muy rico y pica. Acabamos, vamos a la recepción a devolver nuestro brazalete y uniforme. En el estacionamiento, una palmeta: hemos vuelto a L.A